La historia de Villa de Ves no es simple. Entre la central hidroeléctrica, el Santuario del Cristo de la Vida, el Molinar y la antigua aldea del Villar, el territorio del municipio está fragmentado y marcado por múltiples dinámicas. Parece que el río Júcar ha ido generando mundos distintos y complementarios en cada etapa de su curso por el cañón.
Al principio eran dos. Cercanos y lejanos a la vez. Aunque estuvieran separados por unos cientos de metros, desde el uno no se podía ver el otro, debido al fuerte desnivel de la garganta. En la extremidad oriental de la Manchuela que linda con la comunidad de Valencia, donde el Júcar pasa por un largo y angosto corredor, estaba el pueblo de Villa de Ves, un sitio estratégico sobre el río dominado por las ruinas de un castillo medieval y el santuario gótico del Cristo de la Vida. Más arriba, en la meseta, pero sin salir del territorio municipal de Villa de Ves, estaba la pequeña aldea del Villar. Existía una rivalidad entre los de arriba, más pobres y con una agricultura de secano y los “ricos” de abajo que cultivaban las tierras fértiles de las orillas del Júcar.
Al principio del siglo XX, se añadió a esas dos aldeas el Molinar, el “poblado”, para la gente del lugar. Situado río abajo, en medio del cañón, estaba formado por un conjunto de casas reservadas para los ingenieros y directivos de la que fue una de las primeras centrales hidroeléctricas de España. En efecto, la empresa Hidroeléctrica Española, propiedad de los empresarios vascos Juan Urrutia y Zulueta y Lucas Urquijo, decidió en 1909 aprovecharse el espectacular recorrido natural del Júcar, con una inclinación de 400 metros en 60 kilómetros, para instalar una central hidroeléctrica que tenía que alimentar a Madrid y al Levante, entre los que estaba ubicada. La edificación fue una obra colosal. 3000 obreros trabajaron durante más de un año con simples palas, picos, mazos y dinamita. Construyeron un inmenso edificio que contenía la sala de máquinas y cavaron un túnel de unos tres kilómetros en la montaña para canalizar el agua hasta un precipicio por el que caía unos cien metros abajo activando cuatro enormes turbinas.
Mientras construían la central, los trabajadores también acondicionaron muchas cavidades y cuevas en la montaña. El número de habitantes de Villa de Ves fue aumentando durante todo el periodo de funcionamiento de la central. El pequeño y próspero pueblo llegó a alcanzar los 1500 habitantes a principios de los cincuenta. Por otra parte se consolidó la aldea del Molinar. Aunque formaba parte de Villa de Ves, era sin embargo autónoma, y disponía de su propia escuela, de una iglesia y de un médico. Añadía, por así decir, otro estrato social al curso del Júcar: desde el Villar en la meseta, río arriba, hasta el Molinar río abajo, pasando por el pueblo de Villa de Ves propiamente dicho, el nivel de vida se iba elevando. El Júcar formaba en esa cañón donde se estrecha una curiosa pirámide social invertida.
Pese a los considerables recursos empleados para construir la central y el pueblo del Molinar, ambos duraron poco tiempo: en los años 1950, el poder franquista decidió cerrar el canal de derivación que llevaba el caudal a la central hidroeléctrica y construir un embalse desde el cual se canalizaría el agua hasta otra central eléctrica en Cofrentes, mediante un nuevo canal en la montaña. El Molinar fue abandonado y la central dejó de funcionar. Árboles y plantas crecieron entre los muros cubiertos de grafitis, y el túnel que permitía alimentar las turbinas, después de haber sido usado a fines de los años 1970 para cultivar setas, ya no sirve sino para cobijar a centenares de murciélagos.
Con la construcción del embalse se inundaron las tierras cultivadas por los habitantes de Villa de Ves.Éstos, sin ingresos, se tuvieron que marchar. Algunos se fueron definitivamente de la región y se instalaron en Albacete o Valencia pero unos pocos migraron a la aldea del Villar, en la meseta. De la misma manera que el agua del Júcar había sido trasladada a Cofrentes por el nuevo canal, los habitantes de Villa de Ves se dispersaban ahora por los alrededores. El pueblo se fue vaciando, hasta que solamente quedó allí una mujer, Remedios Argente Jiménez. Se quedaba sola todo el año, excepto el 14 de septiembre, cuando una multitud de peregrinos acudían al santuario del Cristo de la Vida.
Para muchos habitantes de Villa de Ves fue un golpe muy duro. Pero no quisieron que su infortunio fuera la alegría de los de arriba. Se opusieron entonces, con la bendición de la compañía hidroeléctrica que hubiera debido encargarse de ello, a la instalación de las motobombas destinadas a subir el agua del embalse al secano de la meseta para irrigarlo. Así fue como los de abajo se tomaron la revancha contra los de arriba que les habían robado un posible futuro mejor: el Villar se apropió del pasado de Villa de Ves tomando su nombre, mientras que el antiguo pueblo de Villa de Ves pasó a llamarse el barrio del Santuario.
La historia, empero, es caprichosa, y el juego de vasos comunicantes entre población y gentilicio de los antiguos hermanos enemigos hoy podría invertirse. En efecto, mientras que ahora es el nuevo Villa de Ves (el antiguo Villar) el que siente la amenaza de la despoblación – en invierno no quedan más de quince habitantes, ancianos en su mayoría – el barrio del Santuario ha recobrado fuerzas con la llegada de tres o cuatro personas que han venido a disfrutar de las magníficas vistas del Júcar.
En cuanto a la antigua central hidroeléctrica y el antiguo pueblo de los ingenieros, el Molinar, fueron clasificados hace poco “bienes de interés cultural” y un proyecto de patrimonialización vio la luz gracias al trabajo de la arquitecta Rocío Piqueras. Éste consistiría en acondicionar el Molinar como espacio de visita dedicado a la historia de la central de principios de siglo. El turismo generado por ese proyecto podría permitir mantener algunos empleos en Villa de Ves. En este caso sería el pueblo totalmente abandonado del Molinar el que haría que sobrevivieran sus dos predecesores y quizás, quién sabe, que por fin se pusieran de acuerdo.
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