En la historia de las fases de desarrollo y declive de la actividad minera en España, Alquife ocupa un lugar importante: las minas de hierro fueron las más grandes del país en la posguerra. Cerraron en 1996. Al lado del antiguo pueblo de Alquife, el pueblo de Los Pozos, construido a mediados de los años 1950 para los mineros y sus familias, quedó abandonado. Hoy en día, está en marcha un proyecto de reactivación de las minas.
“A unos mil quinientos metros, [se encuentra] una aldea de color tierra, donde hay unas minas de hierro que hasta hace muy poco fueron propiedad de una compañía inglesa. No puede haber lugar más triste para vivir, sin un solo árbol a la vista […]”. No es muy elogioso Gerald Brenan cuando, justo después de la Primera Guerra Mundial, describe Alquife desd las alturas del Puerto del Lobo, en la Sierra Nevada[1]. El autor inglés, instalado en las Alpujarras, prefiere el pueblo cercano de La Calahorra, dominado por la maciza silueta de su castillo renacentista que se alza en una colina.
La explotación del hierro es antigua en el marquesado del Zenete, pero fue sobre todo a partir de principios del siglo XX cuando se produjo el boom de la actividad minera y Alquife intentó tomarse poco a poco la revancha contra su vecino encaramado en la colina : los escombros acumulados por la explotación de la inmensa mina de hierro fueron formando una nueva colina, mucho más alta que la de la Calahorra. Al pie de esta colina no se alzó un castillo sino otro “pequeño pueblo de color tierra” : Los Pozos, el pueblo de los mineros.
Francisco José Sánchez Sánchez consagró un largo ensayo a la historia del pueblo minero de Los Pozos entre los años 1950 y 1970. Su estudio muestra que la fisonomía del pueblo era a imagen y semejanza del sistema jerárquico paternalista que regía la vida social en la empresa minera. Mientras que el director gozaba de una casa grande y lujosa con una pista de tenis privada, los ingenieros y ejecutivos vivían en casas con jardines y los simples obreros en casas más pequeñas y alineadas. El pueblo disponía además de servicios valiosos para la época: escuela, hospital, tienda, piscina, cine, salón comunal, discoteca, bar; todos estaban reservados a los habitantes de Los Pozos. A los obreros se les cedían gratuitamente las casas, y el agua y la electricidad eran también gratuitas.
Desde que cerraron las minas en 1996, el pueblo de Los Pozos quedó abandonado. Las inmensas maquinarias se detuvieron. Las toneladas de polvo rojizo levantadas por la extracción, que dañaban los pulmones se fueron depositando en el suelo. Las motobombas que evacuaban el agua dejaron de funcionar y el gran hueco abierto se llenó poco a poco. Cesó también el ruido de las máquinas que, continuo y ensordecedor, se apropiaba de todo el espacio, tanto de día como de noche. Entonces, contra todo esto, se elevaron las voces de los trabajadores. Eran voces discrepantes. El cierre de las minas generó fuertes desacuerdos entre quienes querían retomar la actividad bajo la forma de una cooperativa, quienes podían jubilarse de manera anticipada, quienes se contentaron con las compensaciones económicas por los despidos y quienes decidieron marcharse. De vuelta al antiguo pueblo de Alquife o bien emigradas a Almería, Granada, Suiza, Francia o Estados Unidos, las voces se dispersaron. Inaccesible detrás de una larga alambrada, hoy el pueblo de Los Pozos ha terminado por callarse.
No obstante, en este vestigio de la edad dorada de las minas, se escuchan todavía algunas voces, entrecortadas de vez en cuando por unos disparos. Son los militares andaluces que van a entrenarse para la guerrilla urbana en el dédalo de las calles abandonadas. Cuando nos ven pasar, piensan que con nuestros inocuos grabadores queremos captar la presencia de los fantasmas de Los Pozos. Quizás en el fondo no se equivoquen tanto. Sin embargo, del fantasma del niño desaparecido que, según la leyenda, volvería a aparecer cada cierto tiempo, ni vemos la sombra ni sentimos su respirar. El viento en las barracas que hace chirriar el gozne de las puertas inestables, los insólitos balidos de las ovejas que pastan en medio de las casas destrozadas: éstas son las únicas señales que podrían anunciar su presencia.
Existe sin embargo otro lugar donde voces humanas bien reales se siguen escuchando: en las oficinas de la compañía alemana a la que pertenecen las minas, al lado de Los Pozos, se trabaja y se discute con ahínco. Todo tiene que estar listo para reactivar la explotación en cuanto el precio del hierro haya alcanzado un nivel rentable. Tanto en Alquife como en otras regiones de España, la situación económica degradada desde la crisis de 2008 y la subida de los precios de los minerales despertaron la codicia de los grandes grupos industriales. Para el geólogo de Alquife que está a cargo del proyecto, la reactivación no deja lugar a dudas. Criado en Los Pozos, para él no se trata de un proyecto cualquiera. Si bien la reapertura no permitiría la rehabilitación del antiguo pueblo de mineros donde vivió, sí podría estimular la economía y mantener a los jóvenes en esta región, una de las más deprimidas de Andalucía.
Es cierto que existen otras actividades en la comarca: la agricultura, por supuesto, y el turismo cultural desarrollado en torno al castillo de La Calahorra y las casas trogloditas de Guadix. Además, la región tiene otros recursos: la montaña, el agua y el ecoturismo. También el sol: cerca de la mina se encuentra un inmenso espejo de paneles fotovoltaicos que se extiende sobre varias hectáreas, pero esta actividad crea muy pocos empleos. Parece que tras haber pasado décadas excavando las entrañas de la tierra, las gentes de esta región se resignasen ahora a subir a la superficie para intentar capturar el sol. Pero las cosas no cambian tanto: por más que uno se encuentre al aire libre frente a una vista espectacular de Sierra Nevada, lo que sigue atrayendo la mirada es el inmenso hueco abierto de la mina. Como si éste hubiese querido arrastrar la montaña por su cavidad hasta tragársela por completo.
Los antiguos trabajadores de las minas, los que se quedaron en Alquife después de que cerrara, no creen en la reapertura. La promesa ha sido hecha demasiadas veces. Al pie de la colina ferruginosa, estos antiguos trabajadores se juntan en el Hogar del Pensionista o en el café de Andrés y, escépticos en cuanto al futuro, se ilusionan con recuerdos del pasado, rememorando las galerías secretas donde se perdían de niños, las carreras para subirse a los trenes en marcha cargados de minerales que iban hasta el puerto de Almería, maravillándose con las comodidades de las que disfrutaban los habitantes de Los Pozos. En Alquife, todo parece irremediablemente imantado por el hueco de la mina. Todo anda como dando vueltas en torno a ese abismo de la memoria.
Alquife seguirá siendo un lugar de mineros, como lo señala claramente el monumento al minero orgullosamente erguido en la entrada del pueblo. Una calle lleva el nombre de Hubert Meersmans, un belga que fue uno de los primeros dueños de la mina a finales del siglo XIX, y la fiesta del pueblo es el 4 de diciembre, día de Santa Bárbara, patrona de los mineros. Vuelvan o no a abrir las minas, con o sin las voces dispersas de Los Pozos, Alquife es un pueblo de mineros.
Notas bibliográficas
Bibliografía
– BRENAN, Gerald, Al sur de Granada, Barcelona, Tusquets Editores, 2015 [1957].
– CHASTAGNERET, Gérard, L’Espagne, puissance minière dans l’Europe du XIXe siècle, Madrid, Casa de Velázquez, 2000.
-COHEN, Arón, Minas y mineros de Granada (siglos XIX y XX), Granada, Los libros de la Estrella / Diputación de Granada, 2002.
-SÁNCHEZ SÁNCHEZ, Francisco José, El poblado minero de Alquife. Estudio histórico-artístico de la evolución urbana y tipología constructiva del poblado minero de Alquife, Granada, Ayuntamiento de Alquife, s.f.
-Sobre la historia del pueblo minero de “Los Pozos”: http://www.iaph.es/patrimonio-inmuebleandalucia/resumen.do?id=i21292
Manel