Desde 1976, el pueblo de Rodén pertenece al municipio de Fuentes de Ebro (Zaragoza, Aragón). Fue destruido durante la guerra civil pero, al contrario de la mayoría de los pueblos que conocieron la misma suerte, no fue reconstruido. El régimen franquista prefirió construir otro pueblo al pie de las ruinas del antiguo. Hoy, los dos pueblos coexisten frente a frente, a la sombra de la guerra civil. En Rodén, lo deshabitado habita lo habitado.
Rodén tiene algo de la Bersabea imaginaria que describe Italo Calvino en Las ciudades invisibles: terrestre y celeste a la vez, posada sobre lo alto de un promontorio que domina el Ginel, brillante – deslumbra el resplandor de sus piedras blancas – y sombrío en el nuevo pueblo, cuando la luz alarga las sombras de las ruinas del antiguo hasta el umbral de las casas del más reciente.
Si el doble pueblo parece huidizo, es en primer lugar porque gran parte de los que pasan delante no lo divisan y es que efectivamente, el tren de alta velocidad que une Zaragoza a Barcelona sólo permite formarse una imagen fugaz del mismo. Incluso sí, buscando expresamente dirigirse hacia él, tomamos la carretera desde Mediana de Aragón, sólo tras la última curva aparecerá el pueblo, como si sólo aceptara ser visto por los que le han buscado de verdad. Y aún así, podría no desvelarse totalmente: si estamos en diciembre, es posible que la espesa niebla que cubre el valle del Ebro y que se mezcla con los humos de la inmensa fábrica de papel que al viento del cierzo le cuesta disipar, es posible que la niebla sólo nos deje entrever uno de los dos pueblos, a una sola de sus dos caras. Puede que la imagen de las ruinas del viejo Rodén se enturbie, confundida con su entorno de cerros pedregosos. Pero cuando la neblina, ya retirada, deje los rayos del sol aplastar las laderas del valle del Ginel, los colores ocres del árido desierto de los Monegros que toman aquí el tinte blanquecino del alabastro, se convertirán en un espejo deslumbrante para el viajante, que tendrá que desviar la mirada. Todo transcurre como si los dos rostros de Rodén – el Jano antiguo girado hacia el pasado y el Jano reciente hacia el porvenir – quisieran ocultar sus caras y dejar percibir únicamente una parte de sus rasgos, negando el cuerpo que los une.
Con la ofensiva republicana en Aragón al principio de la guerra civil, los vecinos de Rodén huyeron del pueblo. Su reconquista a manos del ejército dirigido por Franco en marzo de 1937 permitió a parte de ellos regresar. Es entonces cuando descubren que el pueblo está parcialmente destruido. Hoy en día, las personas mayores del nuevo Rodén explican que los republicanos que ocuparon el pueblo y que pasaron allí el invierno de 1936 utilizaron la madera de las puertas, las ventanas e incluso las vigas para protegerse del frío, lo que habría causado el desmoronamiento de las casas. No obstante, el arquitecto Carlos Bitrián ha demostrado que la artillería y los bombardeos, sobre todo durante la toma del pueblo por las tropas franquistas, son, sin lugar a duda, los principales causantes de los destrozos, lo cual no excluye que parte de los mismos se deban al saqueo de los soldados republicanos, ni tampoco que para la construcción del nuevo pueblo al pie del cerro se hayan recuperado algunos materiales del antiguo. En resumidas cuentas, parece que la memoria colectiva de Rodén debe mucho a la lectura del bando nacional que en modo alguno podía anunciar a los vecinos a los que permitía volver a sus tierras que era él el mismo responsable de las destrucciones de sus bienes.
Cuando el pueblo fue tomado por el ejército franquista, las familias que regresaron – entorno a un centenar de personas, la mitad de las que componían el pueblo antes de la guerra – se reinstalaron en sus viviendas deterioradas, a la espera de la reconstrucción prometida por el “libertador”. Con todo, fue a partir de 1955 cuando estos vecinos, después de haber vivido durante más de quince años sin agua ni electricidad, pudieron progresivamente migrar al nuevo pueblo que se construía. Más de quince años esperando que el Secretariado General de Regiones Devastadas, más tarde la Dirección General de Arquitectura, hagan salir de tierra las nuevas viviendas. Más de quince años sin poder restaurar las ruinas de las antiguas casas porque la adopción del pueblo por el Caudillo durante la guerra impedía cualquier tipo de restauración de gran envergadura. Una espera interminable: unos se marcharon, otros construyeron sus casas fuera del plano del Secretariado. A los más pacientes o a los que no tenían más remedio que sobrevivir entre las paredes inseguras, se les fueron atribuyendo las nuevas casas a cuentagotas. Los más desafortunados murieron antes de su entrega. Fue justo antes de los años sesenta cuando el último habitante del viejo Rodén dejó definitivamente el promontorio. Sin haber conseguido una nueva vivienda.
La historia de los dos Rodén es la de un pueblo mal habitado que desea durante más de quince años dejar de serlo, que espera durante otro cuarto de siglo una posible mudanza de sus vecinos, el deslizamiento desde el punto elevado del cerro hacia la parte baja. Es la historia de un Sísifo inverso que no llegaría jamás a empujar las piedras desde lo alto de la montaña hacia sus estribaciones. Un pueblo que espera a otro como una tierra prometida y que hoy, desde el mismo, considera con cierto asombro el interés que las ruinas del antiguo poblado pueden suscitar. En Rodén, la deshabitación, la mudanza paulatina de los vecinos del antiguo pueblo hacia el nuevo, duró más de veinte años y el proceso se finalizó hace ya más de cincuenta años pero parece que aún no se ha acabado de hablar de las ruinas del viejo Rodén. Lo deshabitado continúa habitando lo habitado.
Si la historia de Rodén es tan dramática, es porque tiene una particularidad: pertenece al grupo reducido de pueblos parcialmente destruidos durante la guerra y que no fueron reconstruidos in situ, esos pueblos en los que, como explica Carlos Bitrián en la investigación que les ha dedicado, la destrucción no ha provocado la despoblación ni la repoblación ha provocado la reconstrucción[1]. En Rodén, al contrario del célebre caso de Belchite que fue objeto de una importante explotación por la propaganda del régimen franquista, es la topografía y el estado de deterioro de las viviendas lo que se invocó para una nueva construcción río abajo. Otras lógicas fueron las que prevalecieron en Corbera d’Ebre o en Seseña, pero en la mayoría de los casos, las ruinas y las destrucciones de la guerra acabaron recubiertas por nuevas construcciones.
La otra especificidad del territorio de Rodén, es que el recuerdo de la guerra civil no es el único pasado que aflora en cada instante: la recién construida línea de alta velocidad ha permitido sacar a luz las fundaciones de un grupo de viviendas de la Edad del Hierro. De esta forma, el nuevo Rodén se encuentra rodeado por un lado por las ruinas espectrales de su antepasado directo y por el otro por los restos de viviendas prehistóricas de antepasados más lejanos. De hecho, los dos sitios en ruina contrastan mucho, el uno frente al otro, se miran de arriba abajo por encima del pueblo nuevo. El yacimiento arqueológico se encuentra próximo a la vía férrea, protegido por un alambrado y sólo un panel explicativo avisa de su presencia. En cambio, el viejo Rodén llama la atención desde su montículo. Es de libre acceso para el visitante y se deteriora lentamente sin que ninguna medida haya sido tomada para prevenir el riesgo de desprendimiento. Sin embargo, desde hace unos años, la asociación Torre-Rodén trabaja duro para recuperar el conjunto de este patrimonio. Ella es la que ha originado la restauración de la torre mudéjar del viejo pueblo, único edificio que ha quedado en pie entre las ruinas y, además, acaba de conseguir, gracias al apoyo de la APUDEPA (Acción Pública para la Defensa del Patrimonio) el registro del viejo Rodén como BIC (Bien de Interés Cultural). Así al menos las ruinas no podrán ser arrasadas. Al no poder repoblar el viejo Rodén ni tampoco aumentar el número de vecinos del nuevo pueblo, hoy ligeramente superior a los veinte, la asociación trata de que el doble pueblo o bien el triple pueblo ahora, deje de ser un simple lugar de paso entre el asfalto y las vías férreas. Convertir Rodén en un verdadero destino: aprovecharse de su situación en la almendra periurbana de Zaragoza para que ya no se pase más delante de las ruinas del viejo pueblo sin saber qué son.
Notas bibliográficas
Bibliografía
-BITRIÁN, Carlos, « Espacio y memoria. Habitar donde habita el recuerdo de la Guerra Civil Española », en Marta LLORENTE (coord.), Topología del espacio urbano. Palabras, imágenes y experiencias que definen la ciudad, Madrid, Abada Editores, 2014, p. 247-302.
– CALVINO, Italo, Les villes invisibles, Gallimard, 2013 [1972].
– FORCADELL ÁLVAREZ, Carlos, SABIO ALCUTÉN, Alberto (ed.), Paisajes para después de una guerra: el Aragón devastado y la reconstrucción bajo el franquismo (1936-1957), Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2008.
-LE PAJOLEC, Sébastien, TILLIER, Bertrand, « Les « villes mortes » existent-elles ? », Sociétés & Représentations, 41, 2016/1, p. 9-14.
-MAKARIUS, Michel, Ruines. Représentations dans l’art de la Renaissance à nos jours, Paris, Flammarion, 2011 [2004].
-MICHONNEAU, Stéphane, Fue ayer Belchite. Un pueblo frente a la cuestión del pasado, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2017.
-MICHONNEAU, Stéphane, « Ruinas de guerra e imaginario nacional bajo el franquismo » in Stéphane MICHONNEAU, Xosé Manoel NÚÑEZ SEIXAS (ed.), Imaginarios y representaciones de España durante el franquismo, Madrid, Casa de Velázquez, p. 25-47.
-SEBALD, Winfried Georg, De la destruction comme élément de l’histoire naturelle, Paris, Actes sud, 2014.
Manel