Sarnago hubiera podido transformarse en el protagonista de un best-seller. En efecto, parece que fue ahí donde se le ocurrió a Julio Llamazares escribir su novela La lluvia amarilla. Publicada en 1988, esta breve novela cuenta la vida de un hombre que vive solo en un pueblo abandonado por sus habitantes. El autor prefirió sin embargo situar su ficción en Ainielle, en los Pirineos. Aunque Sarnago no se haya beneficiado directamente del éxito de la obra, los miembros de la asociación “Tierra de todos, tierra de nadie” siguieron esforzándose para que su pueblo sobreviviera. Lograron hacer de Sarnago una referencia en el combate contra la despoblación rural.
Al lado de La Rioja, Sarnago pertenece a la comarca de las Tierras Altas de Soria, siendo ésta una de las provincias españolas que mayor cantidad de pueblos abandonados y en vías de abandono concentra. Pueblos que al paso que van estarán completamente abandonados en los próximos diez años, porque la transmisión generacional se ha roto. Nos encontramos en uno de los más grandes desiertos humanos de Europa, con una densidad media de dos habitantes por kilómetro cuadrado y una de las poblaciones más viejas del continente. Sarnago quisiera ser una excepción y demostrar que la despoblación no es una fatalidad.
Cuando a finales de los años 1970 se murió de alcoholismo el último habitante del pueblo, parecía que Sarnago iba a tener el mismo destino que los pueblos vecinos: un abandono irremediable. Desde hacía varias décadas ya, las difíciles condiciones de vida habían impulsado a muchos habitantes a emigrar a Tudela, Zaragoza, Pamplona, Soria o Madrid. El golpe de gracia que aceleró el éxodo fue la política forestal llevada a cabo por el régimen franquista: se plantaron pinos de manera masiva en una tierra de trashumancia poco fértil, desestructurando así la economía de subsistencia local. Al revés del cuento de Jean Giono, El hombre que plantaba árboles, en Sarnago el árbol no dio la vida, la plantación no hizo germinar una cohabitación próspera entre el hombre y su entorno. El hombre plantó y luego se fue. Las rutas recién construidas para facilitar el acceso a los pueblos aislados de la montaña sirvieron sobre todo a sus habitantes para irse sin dar marcha atrás.
El destino de Sarnago debería haber sido el abandono, como en Acrijos, El Vallejo, Taniñe, Las Fuesas, Fuentebella, Vea, Valdemoro…, de no ser por la determinación de algunos de sus antiguos habitantes. En 1980, una época en que el pueblo estaba totalmente desierto durante el invierno, los hijos de los que se habían marchado empezaron a volver. Y no solamente para veranear. Fundaron la asociación “Sarnago, tierra de todos, tierra de nadie” y se pusieron manos a la obra. Llevan 40 años trabajando. 40 años durante los cuales han reconstruido varias casas, levantado los muros de piedra desplomados; también pusieron una losa de hormigón en la plaza central, crearon un museo etnográfico, fundaron una revista, recuperaron las fiestas tradicionales de las Móndidas, etc. Ahora quieren restaurar la iglesia.
Tierra de resistencia cercana a Numancia, Sarnago es un ejemplo de perseverancia. El pequeño pueblo pasó a ser un modelo para todos los proyectos de repoblación rural en España y atrajo a los periodistas. No cabe la menor duda de que el entusiasmo y la energía desbordante del presidente de la asociación tienen su importancia en ese éxito, que se logró sin recursos, con poca ayuda institucional. En este lugar, la energía colectiva, el buen humor y los esfuerzos compartidos permiten reunir a la gente.
Cada año en septiembre cierra la última casa del pueblo. Sarnago vuelve a su soledad. Luego, por la primavera, las puertas se abren de nuevo: los primeros jubilados vuelven a instalarse y durante el verano, la vida renace, con muchas actividades. Hoy en día, Sarnago como muchos otros pueblos españoles, vive al ritmo de las estaciones. El deshabitar aquí es un habitar parcial, basado en migraciones cíclicas, una movilidad estacional. Sin embargo, el suplemento de alma que los miembros de la asociación lograron infundir al lugar bien podría transformar algún día ese habitar temporal en un habitar anual. Felices los que darán el primer paso: tendrán el privilegio de contemplar todo el año los magníficos atardeceres que suscitaron los elogios de Julio Llamazares.
Bibliografía
– GIONO, Jean, L’homme qui plantait des arbres, Paris, Gallimard, 2008 [1954].
– GOIG, Isabel, El lado humano de la despoblación, Soria, Centro Soriano de Estudios Tradicionales, 2004.
-GONZÁLEZ LLAMAS, José Luis, «Las Móndidas en Tierras Altas (Soria): particularidades de la fiesta en Sarnago», Revista de Folklore, 432, febrero 2018, p. 44-61.
-HERNÁNDEZ, Abel, Historias de la Alcarama, Madrid, Gadir, 2008.
-HERNÁNDEZ, Avelino, Donde la Vieja Castilla se acaba: Soria, La Serna, Rimpego, 2015 [1982].
-HERRERO, Fermín, Tierras altas, Madrid, Hiperión, 2006.
-LLAMAZARES, Julio, La lluvia amarilla, Barcelona, Seix Barral, 2001 [1988].
Manel