Hay como una paradoja en el hecho de empezar un viaje por los lugares deshabitados de España en la provincia de Cádiz siendo como es una de las más pobladas del país. Ella sola alberga a más habitantes que toda la comunidad autónoma de Extremadura – y en una superficie seis veces más reducida. Pero la deshabitación no es simplemente el despoblamiento de un territorio. También es el “habitar a tiempo parcial”, tal y como se puede observar en la comarca del Campo de Gibraltar.
Desde la Silla del Papa, uno de los voladizos de la Sierra de la Plata, entre el parque natural de los Alcornocales y el del estrecho de Gibraltar, se puede abarcar todo el oeste de la comarca del Campo de Gibraltar. Cuando hace buen tiempo, si los vientos engullidos en el embudo del estrecho han barrido las nubes, es posible incluso vislumbrar la silueta de Cádiz. Un poco más cerca, dirigiendo la mirada hacia Poniente, se atisba el cabo de Trafalgar y el tómbolo que da acceso a su faro. Si nos orientamos hacia el este, se distinguen a lo lejos la punta de Tarifa y, detrás, el perfil costero de Marruecos: Tánger, el Atlas y la cumbre del Djebel Moussa. Las columnas de Hércules.
No es necesario demostrar la importancia geoestratégica de esta frontera: zona de comercio esencial para Europa y África, puerta de entrada al Mediterráneo, salida al Atlántico. También zona de tráfico de todo tipo y travesía de los migrantes como los que Nieves García Benito ha retratado a principios de los años 2000. Entre los kitesurfistas, los pescadores que persiguen las migraciones del atún rojo a punta de almadraba, los portacontenedores, los buques militares, los zodiac de traficantes y las embarcaciones precarias de los emigrantes, el estrecho, punto donde el mar se convierte en océano y viceversa, es un más que importante lugar de circulación, un territorio lleno con una densidad instantánea muy elevada, casi tan visitado, en resumidas cuentas, como la tierra firme. Es la razón por la cual la costa que se percibe desde la Silla del Papa está tan vigilada, los militares son omnipresentes. Si desviamos los ojos del horizonte y los dirigimos hacia las faldas de nuestro observatorio, dos grandes bahías arenosas cerradas por salientes rocosos se ofrecen a la vista: Zahara y Bolonia. Observemos primero a la de Zahara. La ensenada es bastante amplía. Se pueden distinguir los dos núcleos urbanos de Barbate que se despliegan a lo largo de la misma playa. Más allá, a pesar de la continuidad del cordón formado por la duna, existe una especie de frontera: la parte meridional de la playa no pertenece a Barbate sino a Tarifa y Tarifa ha levantado Atlanterra, una estación balnearia construida ex nihilo en los años 1990.
Al pasearse por Atlanterra en invierno, uno se encuentra en seguida submerso en la novela de Ignacio Martínez de Pisón, Carreteras secundarias. En la época en la que ésta se desarrolla nos podíamos encontrar con el Tiburón, el Citroën DS del padre de Felipe, el protagonista de la historia. El coche se pararía delante de nosotros. Subiríamos detrás. Compartiríamos los pensamientos hastiados del joven Felipe, forzado a seguir las errancias de su padre, cuyo único sueño era el de un día poder alquilar un apartamento en la costa durante la temporada alta y que, a la espera de ese día y a falta de mejoría, la recorre en invierno al volante del automóvil del que está tan orgulloso, subsistiendo a base de trapicheos y estafas:
“Y había momentos en los que en efecto tenía la sensación de estar viajando, pero viajando como en los sueños felices, sin esfuerzo, sin cansancio, deseoso únicamente de prolongar ese viaje el mayor tiempo posible. ¿Sabéis una cosa? Yo creo que la felicidad tiene música de trompeta. Yo al menos, cuando me sentía arrastrado hacia aquellas playas remotas, acababa oyendo una melodía suave, cálida, susurrante, casi humana, y aunque luego habría sido incapaz de reproducirla y tal vez hasta de reconocerla, sabía que aquel instrumento era una trompeta, una trompeta con sordina como la que tiempo atrás le había visto tocar a un músico negro en televisión”[1].
En aquel entonces, nos hubiéramos podido encontrar a Felipe y a su padre en Atlanterra porque el paisaje se corresponde con el de la novela. Pero no nos encontramos a nadie: en invierno, Atlanterra está casi totalmente desierto. Los miles de pisos de los complejos cerrados y vigilados están vacíos, las pocas tiendas están cerradas así como los bares y los restaurantes. El único ruido que se oye, es el del mar, el del viento, el de las obras que se están haciendo para los próximos veraneantes. Las únicas personas que vemos, son los jardineros que cuidan las zonas verdes, los obreros que arreglan y preparan todo para la temporada alta. En verano Atlanterra acoge 20.000 personas. Apenas hay un centenar en invierno. Es por eso por lo que Atlanterra es el primer territorio deshabitado de nuestro viaje: un territorio que vive a tiempo parcial, cuya vida dura lo que una temporada.
¿Cómo sería habitar en invierno en Atlanterra, sin ningún servicio, rodeado de miles de pisos vacíos únicamente con la playa y el mar hasta donde alcanza la vista? ¿Un sueño de felicidad con sonoridad de trompeta? Puede ser, todo contribuye a ello: la tranquilidad, el jardín perfectamente cuidado, la reja de la entrada protegida, el garaje debajo del apartamento, las palmeras, la piscina para los niños, las vistas al mar. Los pisos están bien construidos, completamente blancos la mayoría, con un estilo que imita las viviendas norteafricanas. Seguridad, tranquilidad, ocio. Una especie de perfume de lujo para clases medias, muy cerca de los chalés suntuosos que se agarran a las faldas de nuestro promontorio. Está claro, Atlanterra no tiene nada de excepcional: la costa española rebosa de este tipo de urbanismo concebido en torno al heliotropismo, desde la Costa Brava hasta la Costa de la Luz. La costa atlántica no es ni mucho menos una excepción. Sin embargo Atlanterra tiene la particularidad de que el contraste estacional se hace especialmente notar: del lleno al vacío. Además, Atlanterra tiene otro atractivo: la estación balnearia se encuentra muy cerca de la hermosa playa de Bolonia. Pasemos, pues, al otro lado de la Punta Camarinal y observemos la otra ladera de nuestro observatorio.
Aquí se encuentra el conjunto arqueológico romano de Baelo Claudia, uno de los mejores conservados y de los más visitados de la península. En la entrada del Mare nostrum, Baelo cobijaba un teatro, unas termas, un foro y muchas conserveras de pescado que formaban, como nos explica Iván García Giménez, una “Roma en miniatura”. El pueblo accedió al estatus de ciudad en el siglo I a. C. Como Atlanterra, es una creación ex nihilo. Sin embargo, también es el resultado de un “deslizamiento” del asentamiento indígena del oppidum de la Silla del Papa hacia la costa. En efecto, el observatorio que hemos elegido para descubrir el Campo de Gibraltar ha desvelado su pasado prerromano hace unos cuantos años: Bailo. Aquí, de la misma manera que en otras provincias del Imperio romano, el proceso de romanización estuvo acompañado de un desplazamiento hacia el litoral por entonces más seguro de las poblaciones antiguamente instaladas en el interior. En el siglo I d. C.: se acabó con Bailo. Primer abandono de ciudad. El poblado indígena de Bailo, encaramado en su emplazamiento defensivo, miraba hacia el interior. Con la construcción de Baelo Claudia, es hacia el mar donde toda la economía del territorio empezó a orientarse.
Pero unos cuantos siglos más tarde, le tocó a Baelo Claudia ser poco a poco abandonada: entre el siglo V y VII d. C., el sitio sufre los efectos de varios tsunamis, pierde su importancia en las rutas comerciales de cabotaje y se hace menos seguro por las incursiones moriscas. Siglo VII d. C.: se acabó con Baelo Claudia. Segundo abandono de ciudad. Se sabe poca cosa de la historia del lugar en los siglos siguientes. John Conduitt en el siglo XVIII, un militar británico afincado en Gibraltar, contó que vio en Baelo una importante estatua de alabastro que el padre de su guía, como buen católico opuesto a los ídolos, habría hecho trizas. Poca más sabemos. El interés para el lugar se levanta a principios del siglo XX con las primeras excavaciones arqueológicas. Surge un problema: en las conserveras de garum, a la sombra de los arcos del teatro, a lo largo de la columnata del foro, se ha instalado un pueblo de pescadores décadas atrás. Por lo tanto, la historia de las excavaciones arqueológicas del conjunto arqueológico de Baelo es también la de la progresiva expropiación de los vecinos de este pueblo a unos centenares de metros más allá del yacimiento. Así pues, con el fín de hacer resurgir el antiguo, se dió a luz a otro pueblo: el conjunto de construcciones prefabricadas del Lentiscal. Segunda mitad del siglo XX: se acabó con el Bolonia de los pescadores y creación del Lentiscal. Tercer abandono y segunda fundación ex nihilo después de Baelo Claudia, poco tiempo antes de la de Atlanterra.
En total, tres abandonos de ciudades, tantos como creaciones ex nihilo: los desplazamientos de población parecen haber sido la regla tanto en la ensenada de Bolonia como en la de Zahara desde la Antigüedad. Un movimiento permanente desde lo habitado hacia lo inhabitado y a la inversa: esto es lo que podría ser una primera definición de la deshabitación. Entre lo que ya no existe del todo, las huellas que quedan, la memoria de lo que fue, la patrimonialización de lo que ha subsistido, entre el antiguo pueblo de pescadores de Bolonia, la Baelo romana y el Bailo indígena, entre el nuevo Lentiscal y la estación balnearia de Atlanterra, si es cierto que todos estos lugares tan próximos geográficamente han evolucionado según dinámicas propias, no lo es menos que elementos transversales subyacen a todos ellos a pesar de sus diferencias y del paso de los siglos: ¿cómo se habita un territorio a lo largo del tiempo? ¿Qué hacemos de los lugares que hemos abandonado?
Detrás de estas preguntas, la lógica de los asentamientos y de las migraciones, lo que está en juego es el sentido de la relación de los hombres con los lugares en los que viven. Sentido y lógica puede que no sean las palabras más adecuadas: si nos paramos a pensar un momento en los lugares abandonados, en las miles de viviendas vacías de Atlanterra diez meses al año o en las que lo son de manera permanente en toda España porque la especulación inmobiliaria ha proporcionado al país centenares de miles de pisos sin vecinos, si nos paramos a pensar en esos otros vecinos que han sido expulsados de los suyos porque no podían pagar los alquileres, si nos detenemos de nuevo para pensar en todos los pueblos despoblados por el éxodo rural de los años 1960 y por los que pasaremos a lo largo de nuestro viaje, si pensamos en todo esto, entonces, llegamos a la conclusión de que se puede evidenciar una cierta falta de lógica en las redistribuciones continuas de los hombres en los territorios. Este viaje en búsqueda de la deshabitación podría en definitiva ser eso: un intento de entender las dinámicas o más bien las disonancias que han llevado a esta reorchestración del diálogo del hombre con la tierra.
Habiendo descendido a la playa de Bolonia, al pie de la Silla del Papa, cerca de las ruinas de Baelo Claudia y del Lentiscal, en la misma playa a la que muchos emigrantes son arrastrados, pensamos en el documental de Shu Aiello y Catherine Catella Un paese di Calabria, que cuenta cómo un pueblo del sur de Italia se salvó de la despoblación gracias a la llegada de emigrantes. La esperanza pervive mientras dura el camino.
Notas bibliográficas
Bibliografía
-ÁLVAREZ, Antonio , CASTIÑEIRA, José , TROYA, Ana María y ALARCÓN, Francisco , Guía oficial del conjunto arqueológico de Baelo Claudia, Sevilla, Junta de Andalucía, Consejería de Cultura, 2007.
– BLÁNQUEZ PÉREZ, Juan José , CALLEGARIN, Laurent , ROLDÁN GÓMEZ, Lourdes , MUÑOZ VICENTE, Ángel, POLAK, Gabriela (ed.), Baelo. 100 años de arqueología, 100 imágenes para la memoria, Madrid, Casa de Velázquez, 2017.
– BLÁNQUEZ, Juan , ROLDÁN GÓMEZ, Lourdes , BERNAL CASASOLA, Darío , MUÑOZ VICENTE, Ángel Muñoz, Baelo Claudia y la familia Otero. Una relación centenaria, Madrid, Servicio de publicaciones de la Universidad Autónoma de Madrid / Cádiz, Servicio de publicaciones de la Universidad, 2015.
-CALLEGARIN, Laurent, « Historique des fouilles scientifiques à Baelo (1917-2017) », Mélanges de la Casa de Velázquez, 47 (1), 2017.
-CONDUITT, John, A Discourse Tending to Shew the Situation of the Antient Carteia, and some other Roman Towns near it, Philosophical Transactions of the Royal Society, 1719.
-GARCÍA BENITO, Nieves , Por la vía de Tarifa, Madrid, Calambur, 2000.
-JIMÉNEZ VIALÁS, Helena, « John Conduitt y las ciudades antiguas del estrecho de Gibraltar », Estudios comarcales Aljaranda, 86, 2012, p. 28-39.
-MARTÍNEZ DE PISÓN, Ignacio, Carreteras secundarias, Barcelona, Seix Barral, 1996.
-MILLÁN SALGADO, María Luisa , « El antiguo poblado pesquero de Bolonia », Al Qantir, 16, 2014, p. 225-229.
– WIHTOL DE WENDEN, Catherine, Pour accompagner les migrations en Méditerranée, Paris, L’Harmattan, 2013.
Manel